Camisas de fuerza
Por: Félix Londoño G., Director de Investigación y Docencia - Universidad EAFIT
Portafolio. Año 13. Número 2754. Pp. 31. 27 de julio de 2007.
Sin lugar a dudas la humanidad tiene ahora bien puesta su más vigorosa camisa de fuerza, la globalización. En ella se intenta tejer juntas todas las telas bajo el denominador común de un único mercado: economías, religiones, tecnologías, idiomas, costumbres y demás entelequias civilizadoras. Acomodando el dicho: querámoslo o no ya estamos metidos en camisa de once varas. ¿Qué deben hacer las empresas? No dejarse ahogar entre sus amarras y buscar la manera de hacer parte de quienes imponen las condiciones de las ataduras en los mercados globalizados. De lo contrario, como también señala de manera coloquial otro dicho sobre esta misma prenda, estamos expuestos a que no nos llegue la camisa al cuerpo.
Portafolio. Año 13. Número 2754. Pp. 31. 27 de julio de 2007.
Aunque las camisas de fuerza están destinadas a los locos que es preciso inmovilizar, la realidad es que en nuestra vida diaria sufrimos de manera permanente el rigor de ciertas amarras que inevitablemente nos ponen en cintura. Claro, no necesariamente para paralizarnos, pero sin lugar a dudas haciendo que marchemos en fila india como Vicente, para donde va la gente. Son camisas de fuerza que se van elaborando a lo largo de la historia con el desarrollo de las civilizaciones. Abundan los ejemplos y situaciones, y cada quien las vive y siente según su propia condición.
El dinero, las religiones, el comercio y la tecnología, entre otros, han tomado la forma de camisas de fuerza de las que ni el mismísimo mago Houdini pudo en su momento escapar. Difícil es hoy día para una persona, y mucho más lo es para una empresa o para una comunidad, eludir los estilos de vida y de trabajo que van imponiendo nuevos desarrollos como los tecnológicos, en particular en nuestros días en torno a los procesos de la convergencia digital. Tecnologías como la telefonía móvil se hacen cada vez más indispensables. Ya habrán experimentado lo que significa pasar un día laboral sin servicios de email, ni se diga la desazón que implica pasar un día en la oficina sin servicios de computo.
Algunos dirán que no todo se acoge de manera universal. Hay comunidades que se resisten al abrazo arrollador de los nuevos desarrollos, aún dentro de los mismos países donde se origina el ojo de su huracán. Sobrevive, por ejemplo, en Pensilvania, Estados Unidos, la pequeña comunidad Amish que, basada en una economía totalmente agraria, se niega a las influencias de la sociedad industrializada de hoy día. Congelados en su pequeño territorio y en las costumbres del siglo XVIII aún viajan en coches halados por caballos en lugar de utilizar vehículos. Sin embargo, como dice la canción, “nada es eterno en el mundo”. Hoy es, verbigracia, impensable concebir la existencia de un ser humano que no se cubra por lo menos sus partes pudendas amarrando alrededor de su cintura un taparrabos a manera de camisilla de fuerza.
El dinero, las religiones, el comercio y la tecnología, entre otros, han tomado la forma de camisas de fuerza de las que ni el mismísimo mago Houdini pudo en su momento escapar. Difícil es hoy día para una persona, y mucho más lo es para una empresa o para una comunidad, eludir los estilos de vida y de trabajo que van imponiendo nuevos desarrollos como los tecnológicos, en particular en nuestros días en torno a los procesos de la convergencia digital. Tecnologías como la telefonía móvil se hacen cada vez más indispensables. Ya habrán experimentado lo que significa pasar un día laboral sin servicios de email, ni se diga la desazón que implica pasar un día en la oficina sin servicios de computo.
Algunos dirán que no todo se acoge de manera universal. Hay comunidades que se resisten al abrazo arrollador de los nuevos desarrollos, aún dentro de los mismos países donde se origina el ojo de su huracán. Sobrevive, por ejemplo, en Pensilvania, Estados Unidos, la pequeña comunidad Amish que, basada en una economía totalmente agraria, se niega a las influencias de la sociedad industrializada de hoy día. Congelados en su pequeño territorio y en las costumbres del siglo XVIII aún viajan en coches halados por caballos en lugar de utilizar vehículos. Sin embargo, como dice la canción, “nada es eterno en el mundo”. Hoy es, verbigracia, impensable concebir la existencia de un ser humano que no se cubra por lo menos sus partes pudendas amarrando alrededor de su cintura un taparrabos a manera de camisilla de fuerza.
Sin lugar a dudas la humanidad tiene ahora bien puesta su más vigorosa camisa de fuerza, la globalización. En ella se intenta tejer juntas todas las telas bajo el denominador común de un único mercado: economías, religiones, tecnologías, idiomas, costumbres y demás entelequias civilizadoras. Acomodando el dicho: querámoslo o no ya estamos metidos en camisa de once varas. ¿Qué deben hacer las empresas? No dejarse ahogar entre sus amarras y buscar la manera de hacer parte de quienes imponen las condiciones de las ataduras en los mercados globalizados. De lo contrario, como también señala de manera coloquial otro dicho sobre esta misma prenda, estamos expuestos a que no nos llegue la camisa al cuerpo.