martes, enero 23, 2007

Los espantos del futuro

Por: Félix Londoño G.
Portafolio. Año 13 Número 2600. Pp. 29. 23 de enero de 2007
La semana recién transcurrida podría muy bien quedar registrada en nuestra historia como ‘la semana de las caletas’. Tal vez vengan más pero, indudablemente, a la fecha, esta ha sido la más importante, tanto por el número de hallazgos como por la cantidad de dinero encontrado. Sin lugar a dudas este es un país de entierros y tesoros escondidos, y lo ha sido a lo largo de la historia de nuestras guerras civiles y de nuestras violencias, épocas en las que la gente soterró su plata en los colchones, entre el bajareque de los muros de tapia, o en los solares de sus casas. Los hallazgos recientes hacen evidente que los enterramientos siguen vigentes, claro que bastante más sofisticados, cuantiosos, y ahora ilegales.

La evidencia de tanto dinero enterrado revive nuestro imaginario sobre la leyenda de El Dorado y a lo mejor dentro de poco se reanime la fiebre del oro y con ello la de los mercenarios ‘caza fortunas’; ya no buscando su riqueza en el viejo oeste americano, ni en los galeones en el fondo del mar en las rutas de la conquista, sino más al sur, en nuestro trópico cocalero. En unos cuantos años, del derrumbe de las casas viejas, para dar paso a los edificios, tal vez asome con sorpresa el moho de los billetes verdes y quizás el resplandor amarillo de uno que otro lingote de oro. Cuando las cargas de dinamita estén dando paso a la urbanización de la manigua, tal vez junto con las explosiones de la siembra inhumana de las minas quiebrabapatas salten al aire los billetes de las caletas olvidadas por la guerrilla.
Con estos hallazgos cobran también actualidad en nuestra memoria colectiva las historias de espantos que de niños escuchábamos a nuestros padres y a nuestros abuelos. Decían que en las noches aparecían en las casas viejas camadas de pollitos que con su amarillo resplandeciente iban alumbrando el camino que conducía al lugar del entierro. También contaban que a la media noche del Viernes Santo se encendían hogueras en aquellos lugares de las colinas donde aún quedaban guacas y tesoros escondidos. Estas y muchas otras han sido las historias sobre las ánimas en pena que no pueden salir de su purgatorio hasta tanto no haya sido exhumado el último centavo que sepultaron en vida. ¿Cuántas de las caletas existentes quedarán sin ver la luz del día, aún después de muertos sus dueños? En unos años tendríamos entonces algunos entierros que, perpetuando las historias de los abuelos, darían paso a los espantos del futuro.

viernes, enero 19, 2007

Casepalo

Por: Félix Londoño G.
El Colombiano-Generación. Pag. 20. Domingo 14 de enero de 2007.

La entrada al sendero que conduce a la cabaña está formada por dos gruesos troncos de árboles de pino que hay allí plantados, justo al finalizar el último tramo de carretera por la que se llega al lugar. Desde lo alto te miran como dos gigantes que parecen cuidar día y noche la portada. A media altura del tronco de la derecha cuelga una farola. Una tenue luz asoma por entre la herrumbre de sus herrajes iluminando tímidamente la oscuridad forzada por la penumbra del bosque. Una pequeña puerta, formada con una tímida y envejecida armazón de cuatro tablillas de madera cortadas en punta, franquea la entrada a un estrecho camino empedrado por entre lo tupido del bosque. A lado y lado la vegetación. Mucho más espesa a la derecha. A la izquierda una barandilla, que construida con árboles y ramajes del bosque, protege a los caminantes ante un eventual resbalón por la abrupta ladera que da a la orilla del pequeño lago que se avista en el fondo. Sus aguas quietas dejan entrever los reflejos de la arboleda que se cuelan por entre el ojal de cielo que se forma en aquel claro del bosque. Alumbran las pisadas otras tantas farolas envejecidas que cuelgan a lo largo del camino. Al compás de cada paso se escucha el silencio del lugar. Un silencio matizado por el cántico de algunos pajarillos que desde la espesura más cercana parecen alertarse sobre la presencia humana. Del lado del lago el bullicio sostenido de los grillos. Desde la distancia una mezcla atenuada de sonidos, la voz cadenciosa de la espesura al caer de la tarde. La humedad del bosque, resudando sus gotas después de la lluvia, se va metiendo por todo el cuerpo. Con cada nueva bocanada de aire el viento helado se cuela por entre las fosas nasales. Las plantas de los pies sorben el frío que asciende desde el vientre de la tierra.
Sobre el manantial que lleva sus aguas al lago, el sendero de piedra da paso a un pequeño puente de madera. Al cruzarlo, la vista despejada hacia el lago, decorada por un cultivo de cartuchos blancos que crece a lado y lado de la vertiente. Pasando el puente, las escaleras de piedra que conducen a la entrada de la cabaña. Una cabaña hecha con maderos del bosque sobre cimientos en piedra. La construcción es de una planta. En un travesaño, sobre dos grandes estacas a la entrada, cuelga un gran aviso sobre un tablón que con lianas del bosque, en cursiva, deja leer el nombre que le han dado al lugar: 'casepalo'.
Franqueada la puerta se siente un agradable aroma del que resalta el inconfundible olor a eucalipto. Sobre el fogón de leña, que conserva aún algunas de sus brasas, hierve una gran olla con agua de la que asoma un manojo de hierbas, hojas y flores del bosque. Al fondo, frente a la entrada a la cabaña, el cuarto. Una gran cama, suficiente para dos. Un armario y un pequeño clóset para guardar las pertenencias. Al extremo, en diagonal contra la puerta del cuarto, dos pequeñas alas que en bisagra conducen al baño.
Dejadas las cosas en el cuarto, los ojos se apropian del lugar. A manera de comedor, una gran mesa en el espacio abierto que rodea la estancia de la cocina. Justo a la izquierda, sobre la entrada, un agradable refugio para la lectura. Un amplio escritorio con su mesa contra un gran ventanal con vista al lago, y una pequeña repisa que a modo de biblioteca se haya dispuesta en la pared sobre la derecha. Los ojos se detienen en las copas retorcidas de los arbustos que a manera de cuadro naturalista se enmarca detrás de la ventana. Troncos tupidos de espesura, de musgo, líquenes y cactus que se adhieren por doquier a la piel de la arboleda. Más al fondo, una amplia sala de estar con una chimenea encendida. Atrae el rojo de los gruesos leños que allí crepitan bajo el fuego. Después de cenar llega la noche, la oscuridad en medio del bosque apagada en ese resquicio del mundo por la tenue luminosidad de las brasas. Frente a la lumbre, sumidos en la milenaria contemplación del fuego, acompañados por el silencioso crepitar de la madera al consumirse bajo el incendio, la concupiscencia, quietud y silencio ante el abrazo de las llamas.

El asombro del hielo

Por: Félix Londoño G.
El Colombiano. Año 95. No. 32081. Pag. 5ª. 5 de enero de 2007.

Las primeras dos líneas de Cien Años de Soledad, obra cumbre de nuestro Nobel publicada en 1967, señalan un recuerdo marcado por el asombro, el asombro del hielo que varias páginas más adelante se hará explícito: "Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. "Está hirviendo", exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó: -Éste es el gran invento de nuestro tiempo". Este pasmo literario ante el hielo ya había sido considerado en 1947, desde el punto de vista filosófico, por Gastón Bachelard en La formación del espíritu científico refiriéndose a la inercia que se produce por la denominada intuición sustancialista y sus efectos nefastos para el desarrollo de la ciencia: "En efecto ¡que estupefacción ver el hielo, que no "contiene" fuego en su sustancia, lanzar no obstante chispas! Recordemos, pues, este ejemplo en el cual la sobrecarga concreta enmascara la forma correcta, la forma abstracta del fenómeno", y luego concluye: "Estas anticipaciones, estos viajes a la Luna, estas fabricaciones de monstruos gigantes son, para el espíritu científico, verdaderas regresiones infantiles. A veces divierten, pero jamás instruyen".Esta doble referencia, literaria y filosófica, confronta al ser humano con el asombro y lo que el mismo significa en la perspectiva de los caminos del conocimiento científico. Es el encuentro primario del hombre con el alma de las cosas, o en palabras de Popper, un encuentro con "el argumento de la máquina que refiere al estado y señal que expresan las cosas". Se trata, en otras palabras, de un cuestionamiento por la mirada pueril que caracterizó a la era precientífica y que aún hoy, en sociedades que se encuentran a la zaga de la ciencia, define esa primera mirada ante el deslumbramiento. En ese primer encuentro de estupefacción, nos vemos frente a una encrucijada que por el camino de la intuición sustancialista conduce usualmente a simplemente apropiar, y si acaso a explicar, el fenómeno de manera primaria y a veces hasta mágica. Por el camino de la razón la encrucijada habrá de conducir por la vía del conocimiento y de la ciencia en cuyas raíces ha de estar firmemente plantada la pregunta por el profundo significado de las cosas. Como sociedad en proceso de inserción en las rutas de la ciencia tenemos la tarea de acometer procesos de formación de lo que Gastón Bachelard denominara en su libro 'el espíritu científico'. Ante un fenómeno que nos causa asombro, más allá de las sensaciones primarias que nos pueda producir, superada en principio la era pre-científica, y con ella la intuición sustancialista, estamos abocados a la pregunta y al entendimiento lógico de su sentido y razón de ser. Para ello, resulta esencial un debido acercamiento al aprendizaje científico en todos los niveles de la educación. Le cabe al sistema educativo la responsabilidad de orientar y guiar apropiadamente a las nuevas generaciones en su manera de aproximarse a lo que él mismo denominara sus obstáculos, siendo el primero de ellos precisamente el de la experiencia básica que desde el deslumbre pueril que de ella se deriva conduce casi siempre por el camino equivocado, el del mundano hielo del pensamiento.