Los espantos del futuro
Por: Félix Londoño G.
Portafolio. Año 13 Número 2600. Pp. 29. 23 de enero de 2007
La semana recién transcurrida podría muy bien quedar registrada en nuestra historia como ‘la semana de las caletas’. Tal vez vengan más pero, indudablemente, a la fecha, esta ha sido la más importante, tanto por el número de hallazgos como por la cantidad de dinero encontrado. Sin lugar a dudas este es un país de entierros y tesoros escondidos, y lo ha sido a lo largo de la historia de nuestras guerras civiles y de nuestras violencias, épocas en las que la gente soterró su plata en los colchones, entre el bajareque de los muros de tapia, o en los solares de sus casas. Los hallazgos recientes hacen evidente que los enterramientos siguen vigentes, claro que bastante más sofisticados, cuantiosos, y ahora ilegales.
La evidencia de tanto dinero enterrado revive nuestro imaginario sobre la leyenda de El Dorado y a lo mejor dentro de poco se reanime la fiebre del oro y con ello la de los mercenarios ‘caza fortunas’; ya no buscando su riqueza en el viejo oeste americano, ni en los galeones en el fondo del mar en las rutas de la conquista, sino más al sur, en nuestro trópico cocalero. En unos cuantos años, del derrumbe de las casas viejas, para dar paso a los edificios, tal vez asome con sorpresa el moho de los billetes verdes y quizás el resplandor amarillo de uno que otro lingote de oro. Cuando las cargas de dinamita estén dando paso a la urbanización de la manigua, tal vez junto con las explosiones de la siembra inhumana de las minas quiebrabapatas salten al aire los billetes de las caletas olvidadas por la guerrilla.
Con estos hallazgos cobran también actualidad en nuestra memoria colectiva las historias de espantos que de niños escuchábamos a nuestros padres y a nuestros abuelos. Decían que en las noches aparecían en las casas viejas camadas de pollitos que con su amarillo resplandeciente iban alumbrando el camino que conducía al lugar del entierro. También contaban que a la media noche del Viernes Santo se encendían hogueras en aquellos lugares de las colinas donde aún quedaban guacas y tesoros escondidos. Estas y muchas otras han sido las historias sobre las ánimas en pena que no pueden salir de su purgatorio hasta tanto no haya sido exhumado el último centavo que sepultaron en vida. ¿Cuántas de las caletas existentes quedarán sin ver la luz del día, aún después de muertos sus dueños? En unos años tendríamos entonces algunos entierros que, perpetuando las historias de los abuelos, darían paso a los espantos del futuro.