El funeral de los inventos
Por: Félix Londoño G.
El Colombiano - Generación. Página 3. Domingo 25 de Febrero de 2007.
Además de la tan cercana muerte de los llamados seres vivos, y del envejecimiento mismo de las cosas bajo el inclemente látigo del tiempo, también hay otras cosas que se mueren, las inventadas tras horas de ensueño por algunos de los mortales. Ahora mismo se van muriendo muchas de ellas, y pareciera que cada vez lo hicieran más de prisa. Cuántas cosas que pasan de moda al compás de cada instante en que transcurren nuestras horas. Como un efluvio, como el más leve murmullo, como la más tenue sombra, casi sin dejar el menor rastro, sentimos apenas la frágil y breve jornada de existencia de muchos de los inventos trastocándose en quejidos moribundos.
Apenas si alcancé a tener en mis manos aquel extraño y sofisticado artilugio llamado ‘regla de cálculo’, con el que entonces evocábamos la memoria de Leibniz y Babbage, cuando nos fue anunciada la llegada de la primera calculadora electrónica. No fue la primera muerte que presencié, tampoco sería la última. Poco a poco me fui acostumbrando al itinerante funeral de los inventos. Entre muchos memorables: el reloj de cuerda, el tocadiscos y la máquina de escribir. Repasando en mis recuerdos veo las tantas vitrinas de las tiendas que en un breve instante, como por arte de magia, se han venido transformando en anaqueles de museos. Tiendas que desaparecen y que se transforman. Ahora mismo observo con enconado morbo la muerte de la fotografía de nitrato de plata. Las tiendas de revelado con sus cuartos oscuros más parecen ahora pequeños almacenes de fruslerías. En medio de su propio funeral, ante la oscuridad de su futuro, encienden velas a los santos del naufragio.
Cosas que pasan como una película, que se mueren en lo más breve del tiempo. Los juguetes de diciembre con los que año a año celebramos lo efímero de los días y de las cosas mismas. Las modas de invierno y de verano; si que han pasado de uso, vistiendo el paso del tiempo por los cuerpos. Sociedad de consumo que en su fiebre arrolladora va dejando en el suelo su reguero de inventos muertos. Cuántos objetos pensados para el instante. Cuántos ungüentos para lo etéreo de los cuerpos. Baratijas mil alargando los momentos.
Muchas cosas que se mueren. Otras tantas que ante la calamidad ceden su curso y se transforman. Por fortuna hay otras que duran. Nos ha durado la imprenta, y más allá en la distancia de los siglos, nos ha durado la palabra misma con la que se refrenda la simple muerte de las cosas ya muertas.
El Colombiano - Generación. Página 3. Domingo 25 de Febrero de 2007.
Además de la tan cercana muerte de los llamados seres vivos, y del envejecimiento mismo de las cosas bajo el inclemente látigo del tiempo, también hay otras cosas que se mueren, las inventadas tras horas de ensueño por algunos de los mortales. Ahora mismo se van muriendo muchas de ellas, y pareciera que cada vez lo hicieran más de prisa. Cuántas cosas que pasan de moda al compás de cada instante en que transcurren nuestras horas. Como un efluvio, como el más leve murmullo, como la más tenue sombra, casi sin dejar el menor rastro, sentimos apenas la frágil y breve jornada de existencia de muchos de los inventos trastocándose en quejidos moribundos.
Apenas si alcancé a tener en mis manos aquel extraño y sofisticado artilugio llamado ‘regla de cálculo’, con el que entonces evocábamos la memoria de Leibniz y Babbage, cuando nos fue anunciada la llegada de la primera calculadora electrónica. No fue la primera muerte que presencié, tampoco sería la última. Poco a poco me fui acostumbrando al itinerante funeral de los inventos. Entre muchos memorables: el reloj de cuerda, el tocadiscos y la máquina de escribir. Repasando en mis recuerdos veo las tantas vitrinas de las tiendas que en un breve instante, como por arte de magia, se han venido transformando en anaqueles de museos. Tiendas que desaparecen y que se transforman. Ahora mismo observo con enconado morbo la muerte de la fotografía de nitrato de plata. Las tiendas de revelado con sus cuartos oscuros más parecen ahora pequeños almacenes de fruslerías. En medio de su propio funeral, ante la oscuridad de su futuro, encienden velas a los santos del naufragio.
Cosas que pasan como una película, que se mueren en lo más breve del tiempo. Los juguetes de diciembre con los que año a año celebramos lo efímero de los días y de las cosas mismas. Las modas de invierno y de verano; si que han pasado de uso, vistiendo el paso del tiempo por los cuerpos. Sociedad de consumo que en su fiebre arrolladora va dejando en el suelo su reguero de inventos muertos. Cuántos objetos pensados para el instante. Cuántos ungüentos para lo etéreo de los cuerpos. Baratijas mil alargando los momentos.
Muchas cosas que se mueren. Otras tantas que ante la calamidad ceden su curso y se transforman. Por fortuna hay otras que duran. Nos ha durado la imprenta, y más allá en la distancia de los siglos, nos ha durado la palabra misma con la que se refrenda la simple muerte de las cosas ya muertas.