lunes, febrero 23, 2009

China: del pasado de Beijing al futuro de Shanghái

El Colombiano - Generación. Domingo 22 de febrero de 2009.

En su tránsito por estas dos ciudades chinas el viajante podría preguntarse por lo que siglos atrás contemplaran los ojos de Marco Polo al recorrer estas comarcas. Cómo no pensar, así mismo, en las ciudades inventadas, las de “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino. Ficciones de una realidad que imprime sus huellas en la retina del viajero.

Te aproximas a Beijing con lo abarcador de la mirada desde el aire en una tarde cerrada de finales de otoño. Tu ojo aguza tras una de las ventanillas del fuselaje. Entre la bruma, detrás de ese gris de fría estación, que tal vez tenga un tanto de artificial debido a la contaminación, asoma la imponencia de los rascacielos. La ciudad parece una gran colmena; cada edificio una retícula a lo largo y ancho del panal. Desciendes a la realidad del pavimento y sientes el abrazo de la intricada red de autopistas, calles y avenidas. La ciudad envuelta en su propia red de venas y ventosas. Asciendes de nuevo, a los altos de tu hotel, y a través de la ventana escuchas el ruido de una cascada. Abajo los ojos te revelan el tráfico intermitente en una de las autopistas.

Al despertar te espera la ciudad con esos secretos que esconde en el vientre de sus moles de cemento. Un rico universo de contrastes. En un primer plano, adornando la ciudad moderna, lo reciente de la ciudadela olímpica. Más allá, en lo profundo de los muros, palpitante al corazón, la ciudad del pasado. Pinceladas con techos de pagodas. El rojo por doquier. La ciudad prohibida, El Templo del Cielo, El Palacio de Verano y muchos otros tantos rastros que hablan de un pasado milenario en el que igual se siente una mezcla de gloria y de tragedia. En sus alrededores, sobreviviendo a la voracidad de la ciudad moderna, los últimos vestigios de lo que hasta no hace más de cien años fuera la aldea feudal, la de los barrios tradicionales de los Hutones, también con siglos de historia entre sus muros. En las casuchas de techos bajos por entre callejones estrechos se siente que habita la nostalgia. En la distancia, serpenteando en las colinas, como un camino que señala hacia la realidad de sus regiones, La Gran Muralla China, donde las emotivas lágrimas de algunos visitantes parecieran querer mezclarse con las vertientes de la sangre en ellas derramada.

En el vuelo local de Beijing a Shanghái te preguntas si has errado de avión; te sientes en un itinerario internacional. Un tráfico intenso entre estas dos ciudades que al unísono configuran los ventrículos del corazón palpitante de la China moderna. Al sobrevolar tu nuevo destino completas la metáfora del panal de Beijing. Shanghái es la ciudad jardín. Tu vista se solaza con ese paisaje artificial de rascacielos coronados de formas diversas que se asemejan a las flores. Sépalos, pétalos, corolas y pistilos adornan las altas cumbres de unas estructuras que en sí mismas se han revelado a la tradicional geometría de la linealidad incólume. Te cuentan que la ciudad tiene por lo menos 5000 rascacielos y que para Expo 2010-Shanghái se están construyendo ahora mismo por lo menos otras 2000 estructuras. Casi a 500 metros de altura, desde el observatorio de la torre más alta de la ciudad, deseas la cercanía de una mujer para espantar la fantasmagórica sensación que te sobrecoge de que algún día la superficie de la tierra pueda llegar a estar totalmente cubierta de construcciones. Escapando al espejismo detienes tu mirada en el río Huangpu. El pesado tráfico de barcos cargados de contenedores te hace comprender que efectivamente Shanghái, la bien nombrada Perla del Oriente, es una de esas ciudades polinizadoras donde hoy se cosecha la miel de la economía. Te preguntas por el origen de tanta bonanza. Muy dentro de las grandes ciudades Chinas, de las que Beijing y Shanghái son el referente, bullen los nuevos modelos de las unidades de producción en la sociedad del conocimiento. Una compleja y sofisticada red de parques de investigación e innovación que hoy mismo están incubando los más avanzados desarrollos tecnológicos.

Las ciudades las constituyen finalmente sus gentes con sus pieles y sus hábitos. ¿Casi 18 millones de personas en Beijing? ¿Por la frontera de los 20 en Shanghái? Como abejas llevando miel al panal. Bajo tierra en las líneas del Subway. Ríos de vehículos en las vías enfrascados en complejos protocolos de tránsito. Aún sobreviven las nubes de bicicletas, pero las marcadas señales de su edad anuncian que es sólo cuestión de tiempo para que también sean engullidas por la sed de la velocidad, por las demandas de una vida cada vez más agitada. Seres humanos calle arriba y calle abajo escupiendo sus ciudades. Las ropas secándose al sol en esos mosaicos de miríadas de ventanas que configuran el paisaje de los edificios de viviendas. Caricias, masajes y acupuntura al menudeo. El agitado regateo en los mercados de la seda. Muy dentro de sus casas, y en los restaurantes, se cuecen especias milenarias. Culinaria ancestral. Una rica mezcla de colores, sabores y olores que en ocasiones batallan con los olores a cloaca que se levantan del subsuelo. Toda una historia cargada de mitos y leyendas que se adorna y complementa con ritos como los de la bebida del té. Es entre ritos y protocolos cuando aflora esa espiritualidad y trascendencia que el viajante confirma en los templos, pero que siente latente en el aire de estas ciudades, y en el pálpito que parece transpirar de la humanidad que las habita. Llegas a dudar si allí, como parte de su lenguaje humano, lo armonioso hubiera sido anterior a lo amoroso. Tomas entonces conciencia de que aquí también, y a pesar de las torres de babel que se levantan en estas ciudades, todo pareciera estar anclado en el lenguaje. Un lenguaje bastante ajeno a Occidente pero que con sus trazos pareciera estar perfilando, desde el pasado de Beijing al futuro de Shanghái, su caligrafía del porvenir.

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