jueves, octubre 26, 2006

Empatía Institucional

Por: Félix Londoño G.
Portafolio. Año 13 Número 2522. 24 de octubre de 2006. Pp. 27

La empatía se define como la participación afectiva, y por lo común emotiva, de un sujeto en una realidad ajena. La empatía se da en tanto se es capaz de ponerse en la situación de los demás. Está claro que la definición se refiere a los sujetos, pero en ella subyace la existencia de una comunidad de sentimientos. ¿Es posible extender este concepto a las instituciones? ¿Podríamos, por ejemplo, hablar de empatía empresarial? Propongo que sí, que consideremos el uso del término en un contexto más amplio, que hablemos de ‘empatía institucional’.

No es gratuito que en muchas empresas, hablando de clima laboral, sean comunes expresiones como ‘nuestros empleados manifiestan un alto grado de pertenencia’ o, ‘a diestra y siniestra se percibe que tienen muy bien puesta la camiseta’. Expresiones como éstas son muestra de que en esa empresa hay una participación afectiva de sus empleados, una filiación emotiva de su parte con los propósitos institucionales de la empresa. Los empleados se han puesto en la situación de esa realidad visionada por la alta dirección de la empresa. ¿Cómo no hablar en casos como éste, en el que se logra construir una clara comunidad de sentimientos entre los empleados de la empresa, de una bien lograda empatía institucional?

El término también es extensible al hablar de las relaciones que se construyen entre las empresas. Se puede valorar y trabajar por construir una buena empatía institucional al considerar la buena o regular relación que se tiene, por ejemplo, con los proveedores de la empresa. Igualmente con los clientes. Como empresas, todos los días somos valorados en nuestra capacidad de participar de manera afectiva en la construcción de sus realidades. El mayor o menor grado de empatía institucional define también la manera como se van desarrollando y construyendo día a día las redes empresariales. En el fondo, las fusiones, las alianzas estratégicas y todas las diversas y novedosas modalidades de relación e interacción empresarial no son más que resultado de un mayor o menor grado de participación afectiva de cada una de las empresas involucradas en la realidad de las otras.

Podríamos por lo tanto extender la definición de empatía, referida a los sujetos, a empatía institucional, referida a las empresas, y de manera general a las instituciones. En este caso diríamos que la empatía institucional es la participación afectiva de una institución en la realidad de las otras instituciones con las que interactúa y participa en el proceso diario de construcción de su propia realidad. Aclarando que, como en el caso de los sujetos, en los que en primera instancia se deben afecto a sí mismos, la empatía institucional debe comenzar por casa. Se requiere por lo tanto, como ya se señaló, que dentro de la institución exista una filiación afectiva de sus empleados con los propósitos institucionales, con la institución misma.

jueves, octubre 05, 2006

Cambio de residencia

Por: Félix Londoño G.
Portafolio. Año 13 Número 2506 - 5 de octubre de 2006. Pp. 27

En la oficina siempre nos ha sido de gran utilidad tener disponible, por lo menos, un diccionario para consultar tantas dudas que surgen a la hora de escribir un memorando, un reporte, una propuesta, y tantos otros documentos que realizamos en nuestro diario ajetreo laboral. Acaso el tradicional Pequeño Larousse Ilustrado, o tal vez el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Los más concernidos con el uso apropiado del lenguaje, seguramente tendrán a mano el diccionario de uso del Español de María Moliner, alguno de sinónimos y antónimos, y tal vez hasta uno de uso etimológico. Dependiendo del caso, no faltaría contar con uno que otro diccionario que considera el empleo de ese otro idioma en el que también nos comenzamos a mover en nuestros negocios ahora que nos sentimos llamados a hacer parte del mundo globalizado.
Pues bien, uno de los grandes debates, el de si los libros en papel o los libros electrónicos, ya se va perfilando, curiosamente, gracias a la manera como se van disponiendo las ayudas de escritura y de uso de los mismos diccionarios en los medios electrónicos. En buena medida los museos existen gracias a la innovación y a los nuevos desarrollos tecnológicos. Ya van siendo décadas desde que ingresó por sus puertas la máquina de escribir. En su reemplazo, llegó el computador con su procesador de palabras y con él, como parte de su funcionalidad, una versión embrionaria de corrector de ortografía y gramática. Con Internet, los diccionarios comenzaron a cambiar su residencia de papel por una más boyante, luminosa y lúdica estancia en el espacio virtual. Hace ya un buen rato que las consultas en Encarta están al alcance de nuestros dedos. También se están pasando a vivir a la red diccionarios y enciclopedias tan tradicionales como el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la Enciclopedia Británica y el Diccionario Merriam Webster, que de hecho ya había hecho un intento de cambio de residencia cuando se pusieran de moda las agendas electrónicas.
Además de este cambio de residencia han surgido, directamente en la red, otras nuevas ediciones. Está por ejemplo Wordreference, y en particular llama la atención la hoy popular Wikipedia iniciada por Jimbo Wales y Larry Sanger en el 2001. Wikipedia se define así misma como una enciclopedia libre multilingüe. Su fundamento, el de la democratización del concepto de la enciclopedia llevado al extremo, está contenido en su lema: "la enciclopedia libre que todos podemos editar". Una enciclopedia construida de manera colaborativa en la cual, en principio, cualquiera puede crear, editar, borrar y modificar el contenido de sus entradas. Por supuesto que hay una gran controversia sobre su fiabilidad. La realidad es que hoy día funciona en unos 140 idiomas, el número de usuarios registrados ya ha superado el millón, y al fin de cuentas parece bastante confiable.
Tal vez la red sea tan sólo una de las posibles nuevas residencias de los diccionarios y de las enciclopedias. Hace rato he estado esperando con ansia el momento en que pueda cargarlos en mi celular. Con la llegada del iPod entreveo que muy pronto tendremos allí disponible la batería completa, ahora sí, verdaderamente en el bolsillo. Van así entrando también al museo viejas formas de hacer las cosas, como esa manera romántica de vender enciclopedias puerta a puerta, que García Márquez nos relatara como experiencia de vida en Vivir para Contarla.

lunes, octubre 02, 2006

El laberinto de la ciencia

Por: Félix Londoño G.

El Eafitense No. 89. Septiembre de 2006.

Siempre nos han sorprendido los laberintos. Los míticos, como El Laberinto de Creta mandado a construir por el Rey Minos, y las múltiples realizaciones que de ellos han sido plasmadas en la literatura. De las más conocidas, las de Borges. Bien sabido es que junto con los espejos, las bibliotecas y los sueños, los laberintos fueron su obsesión. En El Aleph, 1949, entre “La casa de Asterión” y “Los dos reyes y los dos laberintos”, asoma la infinitud del espectro de este universo con que arrostramos nuestra existencia.

Igual que la intricada red de muros y puertas resulta ser desafiante la multiplicidad de espejismos, reflejo fantasioso sobre las arenas del desierto, que retan al aventurero osado al intentar regresar tras las difuminadas huellas de sus pasos. Muchos otros son los laberintos que afrontamos a diario. El mar para el naufrago, el cielo estrellado para el enamorado, Las mil y una noches para el rey Shahriar, o el gris de la niebla en medio de la tormenta. Y que decir de otros tantos como el laberinto del tiempo o el del hombre ante la guerra y el del hombre ante el conocimiento.

La primera mirada inquisidora del ser humano sobre su espejo, sobre si mismo, dio lugar a una primera pregunta sobre el sentido de nuestra existencia haciendo visibles con ello, de repente, los muros, las escaleras y las puertas de lo que hoy constituye el laberinto de la ciencia. Como en el laberinto griego, el de Teseo, nuestro sueño es poder llegar al centro y enfrentar al Minotauro, la verdad última sobre la lógica de nuestra existencia. Pero la realidad es que hoy nos encontramos frente a múltiples callejones sin salida. En términos de la concepción sobre los laberintos, nuestra situación se asemeja, en principio, a la de un laberinto manierista donde cada una de sus rutas está representada por cada uno de los frentes de trabajo que acomete hoy día la ciencia. Tantas puertas e ilaciones como preguntas nos hacemos.

Abierta una puerta, asoma un muro. Fragmentado el átomo, deviene la vislumbre de los electrones, protones y neutrones. Tras de sus salientes han emergido los quarks y tras ellos ahora despuntan los pequeños, vibrantes y envolventes strings. ¿Qué portón se anuncia tras estos nuevos muros? ¿Qué tan distantes nos hallamos de la salida? Pareciera que hacia el centro del laberinto nos guiaran, como tensos hilos de Ariadna, las denominadas fuerzas débil y fuerte. ¿Qué forma tiene el rizoma que las une? ¿Acaso forman ellas el nudo con que se teje a ciegas el intrincado origen del universo?

En el portón de lo macro asoma el camino hacia lo abismalmente cósmico, tal vez lanzados a la suerte de los dados, liados por las sogas de las fuerzas gravitacional y electromagnética. ¿Acaso forman ellas el nudo con el que también se teje a ciegas el indecible destino del universo? Cada galaxia es apenas una pequeña puerta en el intrincado laberinto del cosmos. Escaleras arriba nos asustan, entre otras, la implacable voracidad con la que los agujeros negros engullen la fábrica multidimensional en las vecindades de sus enigmáticos hoyuelos. ¿A dónde conduce lo profundo de su interior? ¿Cuántas las dimensiones que derivan de nuestra primitiva y limitada percepción espacio-temporal?

Hace ya un buen tiempo alguien comparó nuestra cabeza con un huevo. Dentro del cascarón una masa vaga e indeterminada. La casa del alma donde los jugos del espíritu animaban nuestra existencia. Hoy develamos allí, en lo que aún resulta ser un difuminado juego de luces y de sombras, algunas de las funciones, localizaciones e interacciones que tienen lugar en medio de lo inextricable que ha resultado ser nuestro cerebro. Senderos que se bifurcan al paso, mientras avanzamos en el entendimiento del funcionamiento de nuestra mente. Cada ramificación un delgado túnel que, interconectado a una miríada de puertas, configura quizás el más complejo de los laberintos existentes en el universo.

También nuestro planeta, en su superficie, se nos aparece como un cascarón cuyo interior está por ser revelado. Los expertos señalan que aún falta por explorar más del noventa y nueve por ciento del volumen de la tierra. Conocemos mucho más sobre el espacio exterior que lo que sabemos sobre la constitución íntima de nuestro planeta. Julio Verne en “Viaje al Centro de la Tierra” nos condujo por su laberinto de ficción. Apenas si adivinamos la configuración de su superficie y de su estructura interna pero la realidad es que nadie ha podido incursionar en su interior más allá de unos pocos kilómetros. Este pareciera ser un laberinto de puertas selladas en donde apenas si adivinamos la vaga forma de sus caminos escuchando el eco de las sondas tras el cascarón que le cubre.

Al sumergirnos en la búsqueda del origen y el sentido de nuestra existencia, a las puertas mismas de la lógica de la vida, nos sumimos en el túnel del tiempo. No somos, vamos siendo en ese permanente devenir en el que en cada interacción con nuestro entorno lo transformamos y nos transformamos. Al cruzar cada vano abierto en la pared vamos siendo ese otro en el camino de la existencia. Cultura y lenguaje, hasta en las más íntimas fibras de nuestro ser. ¿De qué otra manera denominar a esa doble hélice que hoy define el motor de nuestra esencia corporal? Acercándonos al centro del laberinto, donde habita el Minotauro, nos vamos haciendo visibles, nuestro genoma expuesto al riesgo de sus afiladas astas.

Del átomo al cosmos, por las rutas de nuestro entorno, y en las fibras de nuestro ser, el quehacer de la ciencia se configura finalmente como un espacio rizomático de múltiples andaduras. Con el transcurrir de los siglos avanzamos en él, milímetro a milímetro, sintiendo que cada nueva puerta que se abre conduce a otra calle, espacio de conjeturas potencialmente infinito. ¡Eh ahí el laberinto, el laberinto de la ciencia!