El Colombiano – Generación. Páginas 12-13. Domingo 20 de mayo de 2007.
"Los hombres lo han conseguido todo
mediante sus esfuerzos inquisidores."
Jenófanes
El pórtico de Jenófanes, escrito por el profesor Mauricio Vélez Upegui, y publicado recientemente en la colección académica del Fondo Editorial de la Universidad EAFIT, es un libro en el que aprovechando la breve jornada de regreso a casa, Jacobo, el protagonista, apresurando su paso hacia el oriente de la ciudad, desarrolla una duradera jornada de reflexión, un metálogo, acerca del problemático campo de la educación. Entrama el breve y casi accidentado tránsito físico, lluvioso y neblinoso, a la hora del crepúsculo por el territorio geográfico de sus afectos con el, también muy caro a sus querencias, discurrir mental de los llamados viajes inmóviles por la intrincada urdimbre de los hilos de su pensamiento. Varias son las voces, entre la ficción y una inagotada y permanente indagación sobre diversos aspectos que conciernen a la vida académica, las que nos acompañan en este elaborado transcurso del cuerpo y de la mente por el laberinto de la evocación: “caminar se erigía en una manera particular de viajar, así el viaje implicara, en este caso, un vacilante periplo por los arrabales de la memoria.”
Siempre nos han sorprendido los laberintos. Los míticos, como el de Creta, y sus múltiples realizaciones que de ellos han sido plasmadas en la literatura. La primera mirada inquisidora del ser humano sobre su espejo, sobre si mismo, dio lugar a una pregunta originaria sobre el sentido de nuestra existencia haciendo visibles con ello, de repente, los muros, las escaleras y las puertas de lo que hoy constituye el inconmensurable dédalo del pensamiento. Este libro es ante todo un laberinto, un laberinto manierista con tantas puertas y sendas como las miríadas de preguntas que el protagonista se planta a sí mismo y que de paso le deja planteadas al lector en el espejo de su lectura en torno a cada uno de los temas que va abordando durante el desarrollo del texto: los programas de las asignaturas, los territorios del aula, la clase magistral, la noción de problema, la academia investigativa, el tormentoso ámbito de las matemáticas, el espacioso universo de la lectura, la grata evocación a Sócrates, la evaluación, el verbo dictar, y un sinnúmero de otros temas atravesados por la noción de los encuentros.
Cada una de las múltiples preguntas, en torno a cada uno de los diversos tópicos transitados, es un pórtico, un esfuerzo inquisidor, una puerta del laberinto que al abrirse nos deja allí plantados frente a la plural, variada y desafiante expectación que encarna cada una de ellas. Igual que hay pórticos de pórticos, también hay preguntas de preguntas. Se cuestiona la manera como hoy se está en el mundo académico. Se confirma en la pregunta la duda existencial. Irónicamente se pregunta si las cosas, obviamente, no debieran ser de otra manera. Se deja plantada la duda metódica. Se reafirma la pregunta que ya es eco en la caracola, la que muchos otros a lo largo de generaciones se han hecho de manera repetida, centuria tras centuria. Se pregunta frente a la ignorancia. Pero de manera muy limpia queda claro que el saber mana de la fuente diáfana de todas y cada una de esas preguntas que fluyen desde la naturaleza del asombro.
En este libro el alma de las preguntas configura el hilo de Ariadna que nos lleva de la mano por los vericuetos del laberinto. Es en torno a la esencia inquisidora que el autor formula su duda metódica. Inspirado en otro texto, Sócrates Café. Un soplo fresco de filosofía (Cf. PHILLIPS, Christopher. México: Editorial Planeta, Temas de hoy, 2002), el autor nos instala en una versión moderna y tropical de lo que siglos atrás pudo haber sido un escenario socrático: un grupo de no más de quince circunstantes sentados en sus sillas formando un semicírculo, y un ser humano, un actor en el centro, con una taza de café en la mano, representando el papel de Sócrates. Más allá de lo formal o lo informal de la congregación importa el conversar. Un conversar que supera la simple forma de una lectio o de una disputatio para centrarse en la esencia de la quaestio, un concernido ejercicio dialéctico fundado en una permanente indagación. Más allá del mito del hombre importa recuperar su arte de alumbrar los espíritus mediante el cual se dice que lograba que sus interlocutores descubrieran la verdad a partir de ellos mismos. De ese legendario conversar de Sócrates, ¿cómo extraer lo consustancial de su método? ¿En qué radica la esencia del denominado ethos socrático? ¿Acaso se trata de retrotraer y bajar de las altas esferas de las torres de marfil ese filosofar que debiera ser connatural al hombre de a pie, al hombre de la calle? Entre lo velado y lo explicito el autor nos traslada su tragedia, su duda existencial sobre el aprender en un mundo que pareciera ir olvidando las fuentes mismas de su esencia. Fuentes que, curiosamente, ha re-conocido el protagonista a través de un festín intelectual del que tuvo oportunidad de participar en la Escuela de Educación Continua de la universidad en la que el protagonista también funge como profesor en uno de sus programas regulares. Una suerte de medicina alternativa que también ha ingresado al sistema educativo, y que por fortuna, así sea de manera accidental, nos recuerda en este caso el hontanar primero.
Declaro estar llegando al final, a la Z, de esta suerte de reseña, y resulta oportuno señalar que el libro, haciendo eco a lo tocante con el pórtico en el título, se funda en unas sólidas columnas. A lo largo del texto, saltando en el azar del alfabeto, considerando el amplio espectro de la historia, desde la distante geografía cruzando por nuestra propia parroquia, el libro desarrolla, haciendo uso concernido de la convención de las comillas, un dialogo permanente con diversas fuentes y autoridades enunciativas. Desde Aristóteles, pasando naturalmente por Jenófanes, hasta llegar a Zuleta, el lector encontrará mucho más que una centena de reflexiones autorizadas sobre educación, filosofía y tantos otros temas relacionados en los que, a la hora de preguntarnos sobre el ser de nuestro ser, deriva y se nutre el permanente lenguajear de los humanos. Hablando del alfabeto, también es pertinente señalar el público objetivo. Siendo una reflexión sobre diversos aspectos que conciernen a la vida académica, el libro es para todos los integrantes de sus heterogéneas comunidades: estudiantes, profesores, directivos y trazadores de políticas. De manera general señalaría que el libro fue concebido para estudiosos, al fin y al cabo todos deberíamos serlo.
Finalmente una recomendación. Hay que asumir la lectura del libro con paciencia. Cada una de las mil y una preguntas allí instaladas puede constituirse en una pausa, en una digresión, en una puerta que conduzca al avezado lector a una distante vereda. La lectura del libro constituye uno de esos viajes inmóviles que es bueno acometer sentados en una cómoda poltrona, dispuestos los sentidos, y acompañados de una buena jarra de café para la larga pero entretenida jornada que, haciendo eco a Wittgenstein, ha de conducirnos por los diversos senderos del habla. Al final del viaje, “franqueado el portón de hierro oxidado, cuyos latosos chirridos parecían anunciar un rápido envejecimiento del metal” el lector avistará “un pórtico universitario, nada vistoso ni chillón, grabado con los siguientes versos de Jenófanes:”
“Los dioses no nos revelaron, desde el principio, todas las cosas a los humanos; pero en el curso del tiempo, podemos aprender indagando, y conocer mejor las cosas.
Por lo que respecta a la verdad certera, nadie la conoce, ni la conocerá; ni acerca de los dioses, ni tampoco de todas las cosas de las que hablo. E incluso si por azar alguien llegase a expresar la verdad perfecta, lo desconocería: pues todo no es más que una tela tejida de conjeturas.”